En el frenesà de la vida moderna, con sus constantes demandas y distracciones, a menudo perdemos de vista lo esencial: nuestra conexión espiritual. Sin embargo, incluso en medio del caos, hay un instante sagrado que nos invita a detenernos y sumergirnos en lo divino: un minuto para Dios.
Este breve lapso de tiempo se convierte en un portal hacia lo eterno, donde el reloj se detiene y la presencia de la Luz Eterna se hace tangible. Es en este silencio interior donde nos dirigimos con humildad al Protector y Fuente de Salvación, implorando que su EspÃritu Celestial descienda sobre nosotros, colmándonos con sus tesoros y bendiciones.
Durante este minuto sagrado, abrimos nuestros corazones a la purificación, permitiendo que la divina presencia penetre cada fibra de nuestro ser. Renunciamos a la oscuridad, apegos y sombras, entregándonos completamente a la voluntad del Creador con una fe inquebrantable en su sendero eterno.
En un gesto de profunda humildad, reconocemos nuestra humanidad y suplicamos perdón por nuestras faltas. Además, liberamos de todo corazón a aquellos que nos han herido, permitiendo que la compasión y la reconciliación guÃen nuestro camino terrenal.
Este minuto para Dios nos ofrece un refugio seguro, donde nos resguardamos de las artimañas y embates del adversario. AquÃ, ningún mal tiene poder sobre nosotros, ya que estamos envueltos en la luz y propósito divinos que nos alejan de los engaños del mundo.
Es también un momento de sanación, donde clamamos por la restauración de nuestro cuerpo y mente de cualquier aflicción o turbación. Reconocemos las cicatrices que llevamos desde nuestro origen y pedimos al Padre Celestial que con su poder divino sane cada herida, especialmente las causadas por el sufrimiento humano.
Con el corazón renovado a imagen del Amor Supremo, nos preparamos para iniciar una nueva jornada, comprometiéndonos a exaltar a Dios en cada pensamiento, palabra y acción. En este viaje terrenal, buscamos la compañÃa y el auxilio de MarÃa, Madre amada, y de los celestiales mensajeros y siervos, para que nos guÃen con amor y sabidurÃa.
AsÃ, en este minuto para Dios, encontramos un momento de comunión sagrada que trasciende todo lÃmite, recordándonos nuestra conexión eterna con lo divino y renovando nuestra fuerza y esperanza para enfrentar los desafÃos de la vida con fe y gratitud. Que cada minuto dedicado a Dios sea un testimonio vivo de nuestra devoción y amor por el Creador de todo lo que existe, existió y existirá. Amén.
0 Comentarios